Castel
Gandolfo-Bari
El pronostico del tiempo cambió y las lluvias se retrasaban
un par de horas a lo previsto durante la noche, así que al despertar acordamos
adelantar la salida lo mas posible y terminamos desayunando a las 7:30, una
hora mas tarde ya estábamos rodando por Castel Gandolfo y a pesar del exhaustivo
estudio de los pronósticos enseguida nos empezó a llover, paramos un par de
veces por el camino para ir, con reticencia, colocándonos poco a poco el equipo
impermeable que con la temperatura reinante era bastante caluroso. Al final,
con todos los implementos puestos y después de un largo café viendo caer la
lluvia y conversando con los lugareños, logramos adelantar el frente y la lluvia dejo de molestar, aunque con poca resignación de su parte ya que cada vez que parábamos nos dejaba caer algunas gotas para recordarnos que seguía tras nuestros pasos.
Después de unos
cuantos kilómetros, incluyendo una autopista y un peaje de estos modernísimos y
sin personal alguno, por que no hacen falta claro está, al cual no le apetecía
recibir nuestro dinero un poco húmedo o nuestras tarjetas de un país vecino,
llegamos a un pequeño pueblo llamado Cassino, donde nos recomendaron parar a
probar la mejor “Burrata di bufala”
del mundo, la cual supusimos sería magnifica pero nunca nos imaginamos cuanto.
En sitios así reconoces de inmediato que
estás en Italia, solo aquí se puede comer tan bien con cosas tan sencillas, su gastronomía
es exquisita y encantadora. Al terminar de devorar el plato salimos en dirección
al Parque Regional del Matese, al
pie del cual estuvimos haciendo el picnic, y ascendimos mas de 1000 metros en
muchas curvas, de las que nos gustan, y pocos kilómetros mientras que esquivabas
ardillas de aquellas que se arrepienten de cruzar después de estar a salvo al
otro lado de la carretera y vuelven sobre sus pasos para ponerse de nuevo en tu
camino.
Cruzamos
Campobasso con su casco histórico bizantino donde paramos por un café y unas
magdalenas, y nos perdimos en Foggia mientras nos peleábamos con el GPS. El
paisaje cambia a un ritmo abrumador y enseguida notas como desaparece la Italia
industrial del Norte, sofisticada en todos los sentidos, para dar paso a la mas
rural del Sur, las carreteras empeoran, la basura campa a sus anchas por todas
partes, la gente sentada a la puerta de casa, en semicírculos para ver a todo
aquel que pasa y distraídas con lo que parecen amenas conversaciones, los
negocios cerrados un lunes de septiembre a las cinco de la tarde y a nadie le
parece preocupar.
Al avanzar por pequeñas carreteras hacia el Sur-Este empezamos
a ver grandes viñedos a ambos lados, extrañamente aun no los han cosechado y el
olor de las uvas ya casi pasadas es cada ves mas penetrante e intenso, luego
nos enteramos que se trataba de las viñas del famoso “Moscato di trani”, de la región de Puglia, un vino dulce muy
recomendado con los postre locales y en especial con la tarta seca de almendras
que no llegamos a probar. Al final de esta carretera ya se vislumbraba en
el horizonte otro hito de este viaje, el mar Adriático, que en esta parte de su
extensa costa resulta bastante decepcionante, sucio y descuidado, su costa
triste y gris grita con fuerza la necesidad de un cambio. Continuamos hasta
Bari donde paramos a comprar los tickets del viaje en ferri a Durrës y a comer
un pizza fantástica, no sin antes haber dado unas cuantas vueltas por la ciudad,
que en su centro histórico muestra con orgullo sus grandes murallas de piedra
ancladas a pocos metros de las orillas del mar,
puertos deportivos y antiguos y bellos edificios.
Abordamos
el ferri a las 10:00 y luego del ritual del amarre de las motos sobre la
plataforma, el cual ya nos hizo sospechar sobre las condiciones del navío en
que enbarcamos, nos reimos por no llorar durante una hora de las condiciones
del barco hasta quedar rendidos en nuestros camastros el resto de la travesia a
Durrës.
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